Entender

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Los ojos del ciego que fue

una vez quien sentía por mí;

de aquel alter-ego del ser

que dolía, pero que escondí,

no te miran en juego esta vez.

La verba del necio que era,

entonces, ministro del fraude

murió de manera mofante

al instante en el que me callé

y mi silencio arrasó con la niebla

de los ojos del ciego que fue

una vez quien oía por mí,

quien solía gritarle a la oreja,

sin dejar de fingir su ceguera,

al sensato mentor reprimido.

¡Fantasmas que vieron mudarse

a la espera y a la incertidumbre

de aquel preceptor apagado,

la verba del torpe ministro..!

Cantaron victorias y estragos.

Victoria de la sensatez:

virtud del maestro cohibido

del ciego que vio cual estrago

tan burdo y brutal desengaño

por el sordo mentor, advertido.

Los ojos del necio que fue

el ciego que hablaba por mí,

también dirigieron la verba

del sordo maestro que sé,

sintió, y era yo antes de ti.

El Suicidio del Destino

En aquel mundo de las vagas ideas, donde ser subjetivo es la verdad, donde imaginar hace los momentos felices, donde no existen porqués a modo de preguntas, donde todo lo que creo es lo que puede ser, lo que no creo porque no quiero no es un auto-engaño, donde no somos del tiempo, sino él nos pertenece, ahí… ahí recuerdo haber creído que pensaba lo de todos, que había entrado en la cabeza de los que siempre quise hacerlo en la realidad que había decidido abandonar; en donde supe que gané pequeños asaltos, que iba ganando la contienda, cuando en realidad ni siquiera conocía al contrincante, y cuando en realidad era yo el único que había abandonado la competencia.

¡Fue una maldita trampa! Sí, grandiosa excusa. Pienso que el destino cambió la sede a última hora; no sólo de sede, ¡de mundo! No sólo de mundo y de sede, ¡cambió las reglas! Y yo que ganaba todo el tiempo con la dulce victoria de no ganar para que nadie pierda… ¡PERDEDOR!

Tras un viaje tortuoso y lleno de altibajos, que en sus subidas pareció llegar a parecer un turismo en una vacación de lo que no sabía que quería, pero adoraba ante toda la demás subjetividad, viví y me adecué sin terminar el viaje: sin llegar por fin a esa tal “realidad”. Me contaron una leyenda que me llenó de ganas de quedarme en ese lugar llamado “realidad” (en el que creía encontrarme, pero al que aun no había llegado… torpe). La leyenda contaba que un sitio y existencia en mi mundo había sido igual acá. Estuve dispuesto a repetir esa leyenda, o hacerla más que una realidad, sin embargo no dejé de preguntarme: ¿cómo hizo el destino para enrolarme en el viaje?

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El destino se vestía de blanco, era el dueño de la confianza y la sabiduría, digo, en aquel mundo mío, aún incorrupto. Le dejé de ver desde que emprendí mi viaje, necesité de su consejo pero me intrigaba más una cosa: ¿cómo hizo para hacerme viajar? Sí, bueno, otra cosa que me intrigó fue por qué en todo el camino encontraba señales que decían “NO CERRAR LOS OJOS”. No les puse atención, sin embargo no los cerraba por propia costumbre.

La contienda de las no derrotas me estaba esperando, pero mi viaje no acababa. Temí porque la única manera de perder era no luchar (decían), entonces averigüé cómo tomar un atajo para llegar a tiempo. ¡Debía estar ahí! ¡No perdería! ¡El destino debía instruirme, pero…! ¿Cómo verlo? No era mi mundo, no eran mis reglas… ¿Qué debía hacer? ¡Por supuesto, ROMPER LAS REGLAS! Perfecto. Tomaría un momento en que todos en la realidad se distrajeran y rompería la única regla: NO CERRAR LOS OJOS.

En un punto alto y paradisíaco de mi camino hacia ese lugar desconocido decidí cerrar los ojos. De pronto sentí el aire, supe que estaba en una cima, pero… ¿por qué todo parecía seguir igual? Cuando creí todo inútil apareció mi gran amigo, el sabio Destino, único en mi mundo.

— ¡Hasta que te veo! ¿Cómo llego más rápido? No puedo faltar. — dije aliviado y afligido a la vez.

— Matándome a mí, pero no te queda tiempo. Es ahora o jamás. — respondió sin miedo, el Destino.

— ¡Pero sos inmortal! ¿Cómo se supone que lo haga? — pregunté.

— En tu mundo sí soy inmortal, pero para matarme acá, deberás seguir las reglas. — aseguró.

— ¡No quiero matarte!

— Bien, entonces haré el trabajo por vos… — dijo el destino acercándose al acantilado en posición de salto, hacia la nada. — ¡No se te ocurra seguirme a ningún lado… no des ni un paso más! — gritó, y saltó.

Escuché un grito que no dejó más que un silencio que se volvió luz, una luz que me hizo ver sangre en mis ojos, sangre que caía de mis párpados; resulta que jamás seguí las reglas, traté de ir hacia la realidad imaginando el camino, mis ojos no tenían capacidad de abrirse y debían ser rotos por un pacto de silencio y sufrimiento que el destino pagó por mí. Me encontré entonces con algo inesperado, lúgubre y que ni la propia depresión sería capaz de describir. Desmayé dentro de una contienda en la que sí existía la derrota, y en la que no sabía batallar. Busqué el cadáver del destino y no encontré más que un pedazo de viento con un grabado que sólo pude ver con los ojos cerrados, que contenía las siguientes palabras:

“¿No has captado el punto? En este mundo paralelo yo no existo, me desheredó la sabiduría y la confianza se separó de mí. No sabrás nunca la verdad como creíste alguna vez que era. No tendrás aquí el interruptor del tiempo. Manchaste tu mundo con la sangre de tus ojos cerrados, y ahora no existe la realidad ni la subjetividad: has quedado en manos de la vida, y a ella no le interesa responder. Si me querés ver de nuevo, tendrás que visitarme a este mundo corrupto, pero luego te tocará crearme. La suerte de los perdedores, es que creen confiar en mí, porque no saben que soy sólo un cadáver”.

Sinopsispoilereando algo…

15/02
 

“Han pasado ya 7 meses desde aquel suceso inexplicable al que, de forma aun más inexplicable, sobreviví. El simple hecho de recordar aquella noche tan terrible me había aterrado al punto de no poder escribir nada al respecto, de desear día tras día borrarlo de mi hoja de vida, de tomarlo tal como se sintió: como algo irreal, como si estuviera en un mal sueño. Creí en algún momento que lo lograría, pero las pesadillas se hacen cada vez más recurrentes y reales. Lo que he venido tomando como alucinaciones o desconexiones fallidas de los sueños se han vuelto cada vez más palpables; hoy ya temo por mí.

Aquel 15 de julio, cumpleaños número 13 de mi hermano menor, fui testigo de cómo esa maldita bala entró por su costado, y aun no quiero creer lo que mis ojos vieron: él fue desapareciendo poco a poco entre una especie de humo oscuro a medida que sus gritos de dolor se hacían más y más quedos. No puedo concebir el haber presenciado cómo se separaba progresivamente de lo tangible contra toda lógica, y el hecho de no saber nada de él desde entonces. A veces hasta llego a pensar que él aun está vivo.

¿Quién era aquel tipo que le disparó? ¿Qué andaba buscando…? Las preguntas no cesan, aunque debo decir que su frecuencia ha disminuido. Sin embargo la duda más relevante de todas sigue siendo la misma: ¿POR QUÉ DIABLOS YO SIGO AQUÍ? Aquel hombre me disparó a menos de dos metros de distancia, y mi acción inmediata fue poner mi mano en medio de ambos, como intentando detener la bala con mi palma. El dolor de aquella bala atravesando mi muñeca y antebrazo es simplemente indescriptible con el uso del idioma. Me sentí perder toda la energía de mi cuerpo en el momento, mas estaba aun en este mundo, en esta existencia física, en esta dimensión.

Queda aquí aun un cabo suelto, uno que, de seguir así, continuará en la dubitativa constante que hasta hoy ha imperado en mis ideas. Luego de aquel disparo que perforó mi mano y brazo, pude ver y escuchar cómo el hombre aquel disparó de nuevo apuntándome fríamente. Nada allí pudo haber detenido ese disparo, a menos que la fuerte luz que vi en uel momento en realidad no fuera producto de la debilidad que sentía, de un conato de desmayo, de un parpadeo o de un encandilamiento. Tras aquel disparo inauditamente fallido en su blanco, el tipo comenzó a gritar como si hubiese sido rebanado por dentro, sangró por la nariz y oídos, se agarraba la cabeza; entre tanto alarido, ya desesperado gritó “¡vayan a dor… a dor…!”. El hombre perdió la capacidad de controlar sus propias piernas, y corrió hacia la calle, en donde un auto lo atropelló, causándole la muerte de manera instantánea.

Desperté en el hospital con mi brazo vendado, nadie sabía nada de mi hermano. El maldito que nos atacó no fue identificado por nadie, pero curiosamente su arma no apareció en la escena del crimen, ni se hallaron cascabillos o balas a más de 300 Km a la redonda. Tuve espasmos musculares que cesaron luego de varios dolores y contracciones carentes de explicación médica.

Han pasado ya 7 meses desde aquel suceso inexplicable al que, de forma aun más inexplicable, sobreviví. De alguna forma desarrollé la capacidad de controlar pequeñas cantidades de energía eléctrica artificial, combinándola con mi carga nerviosa a voluntad. Sin embargo aun no sé el porqué, no sé qué es de mi hermano, no sé quién me atacó, las pesadillas me destruyen, me estoy volviendo biológicamente anormal, y esto no parece ayudarme ni servirme para hallar las malditas respuestas”.

 M.F. Jasab.

Mozart (palíndromo)

«Ni fácil pasé, no caí;
dos para la melodía, claro.»
MOZART
…yo dije todo mi mal ese al leer eso. Yo soy trazo mío y oí:
MOZART: Yo soy esa mirada; como coro nos soné. Mozart yo soy y así risa somos.
Sonemos a mi son, trazo mío. Oí de tu tedio, átona mínima, ¿la adulas al leído yo?
SATÁN: (osado) — ¡No son ruido de su sed, así!
MOZART: Oremos: (Oró) — «Solo di amor; botín o broma le sea su música, ¿no?
Ese mal le anega: miedo.»
Di de Mozart “La”, todo… tu sed.
¡Oh! Cabe “Do” — oró — como caído lema sea, o di: “Él osa, pero no tú”.
*Tonos*
EDECÁN: Sonada nací. Suma “La, Re, Do, Re, Mi…”, fe oiga, da atonal sonata, oí.
MOZART: — (¿Será músico? No calla…) ¡Calla!, o si música yo sé, seré trazo, marea. Yo… yo al leer eso seré.
ELLA: Oiré música, ¿no es así?
MOZART: Su ser ya lo di mal, ni sé yo. Es atonal, yo sé.
ELLA: ¿Halla sonata?
MOZART: Yo hallé, amado ser. Ópera haré por eso.
DAMA (ELLA): ¿Hoy trazó? ¡Mátanos!, allá hallé eso y la nota se oye sin «La, Mi, Do, La y Re sus». Trazó misa, sé, o nací.
SUMERIO: ¿Al leer eso seré ella o yo ya era?
MOZART: Eres eso. Yací sumiso allá. Calla; conocí su mar, es trazo mío.
¡Átanos la nota, adagio efímero de rala música!
Nada nos nace de son o tu tono: repaso leído a esa melodía como coro, o de Bach, o de su todo: tal trazo medido de imagen. A él lame, sé, o nací.
¿Su musa es el amor bonito, broma, ídolos, oro, somero trazo, misa de su sed o diurno son, oda, sonatas o yo? Di.
ELLA: Saluda. A la mínima nota oí; de tu tedio, oí.
MOZART: No si más o menos somos así risa y yo soy trazo menos sonoro, como cada rima sé. Yo soy trazo mío y oí. Mozart yo soy o seré.
ELLA: Es él, a mi modo, tejido y trazo moral, caído lema… la rapsodia con esa plica.
FIN.
Baner
DM1